10 de abril de 1912 En el Puerto de Southampton una multitud se ha congregado para despedir al mayor barco construido hasta la fecha: el RMS Titanic se alza majestuoso para recibir a las 2.200 almas que lo acompañaran en su primer viaje con rumbo a Nueva York. La prensa se apelotona en los muelles para conseguir una instantánea del imponente buque que muchos se han atrevido a calificar de "insumergible", abriéndose paso entre la marea de pañuelos blancos que se agita en respuesta a los vítores emocionados que se extiende desde las nueve cubiertas de la nave.
"Lo llamaban el barco de los sueños y realmente lo era.... Realmente lo era"
Miles de personas y millones de esperanzas están a punto de dejar Inglaterra, quizá para siempre, en busca de una vida mejor, aquellos que viajan en las cubiertas inferiores, la tercera clase, han gastado todo en conseguir unos pasajes que se vendían a precio de oro, toda su vida cabe en una maleta y para ellos el Titanic es la única puerta hacia la prosperidad, una vida mejor, que alguna vez podrán conseguir.
En las soleadas cubiertas de primera clase, donde hasta el hombre más rico del mundo se maravilla ante el lujo del Titanic, los sueños, aunque más profanos, son igualmente exigentes: los ricos ansían ser más ricos; el dueño del Titán desea ver su nombre en la historia, admirado como el hombre que cambió el futuro de las travesías por mar e inspiró un nuevo modelo de perfectos barcos que ni Dios podría hundir... Otros, por contra, sólo desean ser libres como el océano que mece la travesía, libres para poder amar a quién deseen y no ligar sus vidas a un matrimonio nacido de la mera conveniencia.
"Creo firmemente que la vida es un regalo, y no pretendo desperdiciarla."
El Titanic es un mundo, sí, pero uno pequeño, y de forma irremediable las vidas de los pasajeros se mezclan, los sueños se comparten y amores, rencores, amistades y desvelos nacen tan deprisa como el Titanic alcanza los 16 nudos con los que deja el puerto y cruza el canal de la mancha con rumbo a Cherburgo. Las personas más influyentes del mundo viajan al lado de las insignificantes gentes de a pie... se mezclan... se unen. Y algunos, como la joven Rose DeWitt Bukater, se rebelan.
Son felices, antes que nada, viven, viven sin saber que será de ellos cuando pongan un pie en Nueva York. Viven ignorantes de que todos ellos, hasta los que viajan sin pasaje en las bodegas, escondidos, tendrán un lugar reservado en la Historia. Viven sin saber que pronto, muy pronto, sus sueños, como el precioso Titanic, se perderán para siempre en el fondo del Océano Atlántico y muchos ya no tendrán una vida a la que volver.
A las doce del mediodía, con dos horas de retraso y la algarabía de una multitud que sueña todavía retumbando en el puerto, el Titanic deja Southampton rumbo a un final inevitable y congelado, pero mientras tanto, mientras un joven americano pinta en la cubierta, mientras una vivaracha dama hace reír a carcajadas a la alcurnia de la sociedad inglesa y el capitán se despide del mar que tanto ama, 2.200 almas viven la aventura de sus vidas.
Y hasta el último de sus pasajeros, hasta tú, vibras con el irrefrenable deseo de correr hasta la proa del barco, que apenas se mueve, sentir el viento en tu cara, un coro de delfines saltar junto a la quilla, apenas te contienes de gritar como te sientes.
"¡Soy el rey del mundo!"