« Para alguien cuyo nombre desconozco,
Nunca le he contado a nadie externo a mi Distrito mi historia. Durante 20 años, ha sido mi secreto, mi más preciado tesoro, que tan solo comparto con mi hermano, Leo. Serás la primera persona en conocer lo que me ha ocurrido desde mi nacimiento, y deseo que quién reciba esta carta entienda que no debe revelarle a nadie el contenido de esta. Si me he arriesgado a contarle todo a un extraño, es que ya es un peso demasiado grande.
Comencemos remontándonos 20 años atrás. En una pequeña cabaña del Distrito 11, mi madre estaba dando luz a un segundo hijo. Mi padre y mi hermano mayor estaban nerviosos, esperando ansiosos que las mujeres dentro de la sala salieran. Al fin tras una larga espera, se mostraron con, entre su frágiles brazos, una niña pequeña, que apenas acaba de dar su primer y trémulo grito en ese mundo. Su nombre, o más bien dicho
mi nombre, fue Maria.
Crecí encerrada entre las alambradas de mi distrito, trabajando en los campos ni bien tuve la edad suficiente para hacerlo. Aún así, jamás fui lo que cualquiera llamaría «infeliz». Seguramente no tuviera la vida que tenían los de otro distritos, pero ese era mi mundo, y lo amaba. Nada podía quitarme esa alegría. O quizás sí podían hacerlo.
Desde niña, siempre odié los Juegos. Tanta sangre derramada por diversión y capricho, me espantaba. Y sin embargo, no tenía más remedio que verlo. Muchas veces, en vez de centrarme en ellos, mi mente vagaba entre los árboles de los bosques y los pastizales, con ansias de que ese calvario terminara pronto, tan pronto como había llegado. Pero nunca estuve sola, mis padres y hermano estaban conmigo y sufrían esa espantosa vista junto a mí.
Tenía seis años cuando nació mi segundo hermano. Fue un golpe duro para mi familia en todo sentido, ya que el niño, Leo, nació con la salud frágil y mi madre no sobrevivió al parto. A partir de entonces, las cosas fueron de mal en peor. Poco después, mi padre desapareció, llevado por la locura y en la imposibilidad de criar tres hijos.
...
Pasaron cinco años. Yo tenía once, y mi hermano mayor diecisiete. Nos habíamos arreglado solos mucho tiempo, soportando todo los años tener que ver a mi hermano ir a la cosecha. Y ese año nuevamente el momento había llegado. Con Leo entre mis brazos, esperaba el veredicto. La tensión era insoportable. «Como siempre las damas primero...» Mis manos temblaban, realmente no recuerdo el nombre de la chica. Solo deseaba una cosa. Rezaba por que el nombre de mi hermano no saliera seleccionado.
Pero fue en vano. De la urna salió una nombre. «Scander Evans.» Escuché que anunciaba la mujer. Las lágrimas rodaron por mis mejillas sucias. Corrí, intentando detenerlo, pero me detuvieron. Era demasiado tarde.
«Cuida de Leo.» Escuché que me decía Scander antes de que anunciaran que el tiempo de visita se terminara. Le había rogado que ganara, que volviera con nosotros. Él me prometía una y otra vez que así sería. Los días que siguieron fueron un suplicio, aunque mi hermano era fuerte, no llegaba a las rodillas de algunos tributos.
Nunca volvió. Murió antes de ser el último. Aún así, lo sigo recordando con desesperación, deseando que todo haya sido un sueño del cual despertaré pronto, volviendo a ver la sonrisa de mi hermano mayor.
Pero han pasado nueve años y la pesadilla no termina. Leo tiene ahora catorce años y ha escapado a los juegos por dos años ya, Juegos a los que yo he escapado de ir como tributo. Aún así, conozco veo lo terrible que puede ser, y lo terrible de perder a alguien querido en ellos. Cada año, en la cosecha, veo a los niños de la escuela y a mi hermano desfilar, y solo deseo que todo se detenga.
Ahora ya conoces mi historia y mis sentimientos. Me pregunto, tú, el que está del otro lado. ¿Que opinas de los jugos? ¿Que opinas de tu vida? La verdad no me importa tanto. Quédatelo para tí si quieres.
Ya que en este mundo, solo el deseo de sobrevivir importa.
Atentamente.
Maria. »